Te levantaste el vestido y mirándome de reojo me coqueteaste. Yo sonreí sin poder desviar mis ojos de la blancura de tu piel. Te contorsionaste hasta lograr que llegara a la altura de los hombros, dejando ver tu anatomía sin disfraces. Sospeché tu rubor debajo de la tela que envolvía tu sonrisa. Y me lancé enloquecido hacia tu olor. Un gemido sofocado aceleró el encuentro. Cuando conseguiste salir del escote ya mis manos te enlazaban, seducían, alteraban tu palidez. Y el mismo fuego tenaz que te penetró, consumió mi alma.
Morí felizmente inmolado junto a tu pecho desnudo.
Morí felizmente inmolado junto a tu pecho desnudo.
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