sábado, 7 de junio de 2008

Miedos

Juan esperó acurrucado en su cama. Hacía frío y por la ventana se colaba un haz de agua helada. La luna estaba alta y parecía mirarlo con su media sonrisa boba. - ¿Porqué no hacés algo?- pensó, pero sabía que pedirle algo a la luna era como pedir nunca más sentir frío. Tan inútil como esperar que llegaran ángeles a rescatarlo para llevárselo lejos, a salvo, cuidado y protegido. Lejos del frío y del miedo. El sabía que los ángeles de los que le hablaba la Tere, en la iglesia, eran puro cuento. A los seis años, Juan sabía qué esperar y qué no.
Oyó ruidos y quedó suspendido, congelado, como esas gotitas que caen del techo de la casa en forma de hilos de vidrio a la mañana temprano y, que a él tanto le gusta cortar. -¿Serán las lágrimas de los pájaros que no pueden llegar al suelo y quedan adheridas a las cosas?-.¿Porqué sus lágrimas no se congelan y duran mucho? - Así tal vez, no tendría que llorar tan seguido.
El miedo se hacía más fuerte. Casi podía sentir que lo abrazaba y lo penetraba por cada partecita de su cuerpo.
Era un miedo grande. Podía verlo, sí, era alto, áspero, con ojos de fuego y voz ronca. Tan ronca como la voz del robot malo que había visto en la tele del Comedor, el Día del Niño.
Podía verlo y oírlo. La angustia lo ahogaba. El miedo hacía ruido y golpeaba cosas. Juan se acurrucaba más y más, entre los pliegues rotosos de las sábanas. Y rogaba aterrado, que se fuera pronto, que no lo viera.
Oyó que se acercaba a su cama y se hizo más chiquito, -ojalá lo fuera tanto como José, el bebé- así ni lo miraba.
Pero esta vez se había detenido junto a la cama de mamá y oyó gritos. Y llantos. Y la voz ronca del miedo. Y golpes. Y la voz ronca. Y cerró los ojitos. Y deseó que la Tere tuviera razón. Que existieran ángeles salvadores. Que los llevaran a mamá. Y a José. Y a él, muy, muy lejos de los miedos.

Cris

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Soledad

Soledad
CRUZAGRAMAS: un grupo de escritores en busca de alternativas
Abrir la puerta de mi casa es todo un desafío. Mi casa y mi corazón. Y no es necesario usar llaves. En este pequeño lugar del universo no son necesarias porque aquí está todo a flor de piel: olores, sabores, murmullos, gritos y silencios. Luces y sombras de ciudades y desiertos. La vida, el amor y la muerte. Y las palabras como hilo conductor. Sólo las usaremos para abrir, si fuera preciso, diminutos cofres de confidencias, sueños y locuras varias compartidas con todos ustedes.
Bienvenidos a casa!
Cris.