miércoles, 14 de mayo de 2008

La vela


Durante largo tiempo, los cortes de luz se reiteraban todas las noches. En invierno debido al aumento de energía propia del mal uso de aparatos aire-calor, calefactores eléctricos, planchas y todo lo que dependiera de la electricidad. En verano los aire acondicionados, ventiladores de techo, de pie, de mesa, de mano, heladeras, licuadoras, heladoras, motores de piscinas, etc., etc... Y cada noche en cuanto se abatía un manto negro sobre la ciudad, Juan Cruz, el chico de PB de ese edificio de clase media del Barrio de Congreso sacaba una vela encendida en un platito que colocaba delante de su puerta en el pasillo que continuaba hasta los ascensores del segundo cuerpo.
Esto ocurrió durante algún tiempo hasta que cesaron los cortes. Juan Cruz: 28 años, robusto no hubiera necesitado la vela, ya que vivía en PB, pero había sido de gran ayuda para la gente mayor que transitaba por ese largo pasillo. Era un joven muy apreciado por todos. Simpático y de una gran calidez.
Durante un largo período el muchacho estuvo, aparentemente, fuera del país, hasta que un día regresó.
Juan Cruz llegaba a su casa aproximadamente a las 18:30. Traía las compras y la botella de agua mineral siempre de la misma marca. Habría la puerta, se encaminaba a la cocina, encendía la luz, apoyaba las bolsas sobre la mesada, buscaba un platito de café, una vela común, blanca y larga (de las que vienen en un paquete azul), la encendía y la colocaba en el pasillo de entrada del edificio. Hecho esto daba media vuelta y se dirigía a su cuarto. Se sacaba los zapatos, el pantalón, la camisa, la corbata y los colocaba con sumo cuidado en la silla que estaba al lado de la cama, luego se ponía un jogging y una remera. De paso para la cocina encendía la TV, y comenzaba a prepararse la cena. Al día siguiente, cuando se levantaba lo primero que hacia era salir a buscar el platito con la vela derretida.
Era extraño ver la vela encendida en el pasillo ya que no se habían repetido los cortes, pero nadie atinaba a decirle nada. Al único que molestaba era al encargado del edificio que, cada día debía limpiar las gotitas de cera en el piso.
Un día, es decir una noche, la vela desapareció del platito. El muchacho no podía creer lo que veía (o lo que no veía). Quién se habría llevado la vela? Y para qué o porqué? Tal vez algún chico haciéndose el gracioso, o algún anciano entre los muchos que allí vivían. Partió para el trabajo. Volvió a casa a las 18:30 con sus bolsas de comida que dejo sobre la mesada de la cocina, buscó el platito de café y una vela blanca y larga, la encendió y la coloco en el mismo sitio de todas las noches. Cerró la puerta, espió por la mirilla, la vela seguía allí.
Fue al baño y antes de acostarse se cercioro de que todo estuviera bien. La vela seguía allí. Se acostó tranquilo. A la mañana y antes de ducharse, abrió la puerta para retirar el platito, con los restos de vela. No estaba!!! Solo quedaba el platito de café, blanco, en medio del pasillo. Qué habría pasado? Quien se llevaba sus velas? Porqué?
Estuvo intranquilo todo el día. Salio del trabajo, hizo las compras y se apuró para llegar a la casa. Repitió la misma rutina: platito, vela, pasillo. Cerró la puerta y espió unos minutos hasta que desistió. Un ruido en su estomago le aviso que aún no había comido y el cansancio estaba minando sus energías. Cenó con su botellita de agua mientras miraba TV y luego se encamino al baño. Antes de acostarse, abrió la puerta y miro a ambos lados del pasillo. La vela estaba allí, encendida. Silencio absoluto. Siempre le asombró lo tranquila que era la casa. Los vecinos nunca se oían y por la calle, que era lateral a una avenida, transitaban muy pocos autos. Antes de dormirse, tuvo un sobresalto, se levantó y corrió a la puerta, se asomó y vio la vela que titilaba sobre el plato. Se acostó y soñó que un fantasma con forma humana, flotaba a centímetros del piso en el pasillo. Se acercaba a la vela, la tomaba entre sus manos y la guardaba entre los pliegues de su piel. Se despertó agitado. Su cuerpo estaba húmedo de transpiración. Se levantó para tomar agua y no resistió la tentación de acercarse a la puerta. Miró por el ojo de la cerradura, estaba todo oscuro. Se sintió mal. La noche siguiente, y la otra y la otra, las velas fueron desapareciendo. Juan Cruz se propuso descubrir al maldito que las robaba y cada noche después de cenar, se sentaba detrás de la puerta con la oreja pegada a la madera para oír mejor. A cada rato se incorporaba a espiar por la mirilla. Al principio lo hacia durante media hora, luego una, dos, tres horas hasta que casi no se despegó de la puerta. No podía descubrir al ladrón. La vela se esfumaba de noche y junto con ella la tranquilidad del muchacho que ya solo vivía para vigilar. Había decidido no cocinar para no perder tiempo. Tampoco se ponía el jogging. Se olvidaba de comprar el agua y ya no encendía la TV ni el equipo de audio. Llegaba, buscaba el platito, la vela y la dejaba en el pasillo, luego se llevaba algún pedazo de queso y pan, una fruta, un pote de helado y se apoyaba en el dintel de la puerta a esperar. Pasaba el tiempo, la basura se acumulaba en ese rincón, Sólo se movía para ir al baño cuando ya no podía más, pero sabía que al volver la vela ya no estaría. El muy maldito parecía que adivinaba el momento en que descuidaba su puesto de vigía. Últimamente dormía detrás de la puerta y se repetía el sueño del fantasma llevándose la vela escondida entre los pliegues de la piel.
Dicen que los últimos días, ya no iba a trabajar, no se bañaba, no se afeitaba, no comía y sólo salía a la calle a comprar más velas, que cada noche colocaba en el mismo lugar. Su vida giraba en torno a la puerta y al pasillo de la casa. No iba más al baño, pero sabía que cuando se agachara a hacer sus necesidades, el muy astuto pasaría dejando el platito de café limpio en el pasillo.
Los vecinos extrañados del mal olor que salía del departamento avisaron a la administración. De allí llamaron a la policía y ésta a los bomberos. Con enormes hachas rompieron la puerta de la casa mientras Juan Cruz gritaba enloquecido que el fantasma era el ladrón de velas. Al entrar la policía, los bomberos y los vecinos más curiosos se encontraron con un olor nauseabundo que despedían los restos de comida apilados detrás de la puerta junto con desperdicios orgánicos. Debajo de la cama hallaron cientos de velas envueltas en un cubrecama. En el borde del mismo resaltaban las iniciales de un conocido neuropsiquiátrico de la zona.

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Soledad

Soledad
CRUZAGRAMAS: un grupo de escritores en busca de alternativas
Abrir la puerta de mi casa es todo un desafío. Mi casa y mi corazón. Y no es necesario usar llaves. En este pequeño lugar del universo no son necesarias porque aquí está todo a flor de piel: olores, sabores, murmullos, gritos y silencios. Luces y sombras de ciudades y desiertos. La vida, el amor y la muerte. Y las palabras como hilo conductor. Sólo las usaremos para abrir, si fuera preciso, diminutos cofres de confidencias, sueños y locuras varias compartidas con todos ustedes.
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